Resumen
Con la visión crítica que le es propia, Carlos Navarrete ha escudriñado las raíces de la tan celebrada en el extranjero visión mexicana de la muerte. Lejos de lo que pudiéramos suponer, el mito de la parca frecuentada, festejada, amada y siempre burlada, no se remonta más allá de los años veintes. Según nos explica Navarrete, en aquellos tiempos fundacionales de la Nación y en medio de una mística revolucionaria que buscaba la razón y el ser mexicanos, se revaloran las artes populares y, en especial, la obra gráfica de Guadalupe Posada. Calaveras de azúcar, esqueletos de papel picado y catrinas impresas se convertirían así en ancestros ejemplares y fuentes de inspiración de una multifacética iconografía que inunda cada noviembre edificios públicos, escuelas, mercados, panaderías y panteones. En las décadas subsecuentes a la Revolución, intelectuales como Rivera, Fernández Ledesma y Westheim harían suya esta bandera, difundiendo la nueva estética del más allá y consolidando el mito de que la muerte infunde poco o nada de temor en el mexicano.
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Derechos de autor 1996 Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Históricas

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