Resumen
Mis estudios acerca de la muerte —y de la vida— en el mundo prehispánico me llevaron, finalmente, a la presencia del dios Tlaltecuhtli, Señor de la Tierra. Al empezar a enfrentar a este dios lo primero que llamó mi atención fue que se trataba de una deidad que, por lo general, nunca estaba a la vista. En efecto, las diversas representaciones escultóricas aztecas que del dios existen en piedra, ya sean en bloques que formaban parte de una escultura o en la parte inferior de algunos recipientes, invariablemente están boca abajo. Recordemos la figura de Tlaltecuhtli que se encuentra debajo de la Coatlicue, lo que llevó a pensar a León y Gama, su primer estudioso, y más tarde a Humboldt, que la enorme escultura de la Madre de los Dioses se encontraba ubicada en alto y sostenida por dos especies de pilares para que se pudiera apreciar la figura labrada debajo de ella. Nada más alejado de la realidad. El pensamiento occidental concibe que si una figura está trabajada es para estar a la vista. Sin embargo no era así. En el mundo prehispánico se trataba de un diálogo con los dioses. En occidente es un diálogo con los hombres.
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Derechos de autor 1997 Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Históricas

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